La soledad asoma la cabeza a lo largo de toda nuestra vida. Tanto es así que es este sentimiento —o “situación”— lo que vertebra nuestros días y nuestra cultura. Permea por la literatura, la música o el cine. Copa las conversaciones y las noticias. Siempre está ahí. “Me siento tan sola, como si regresara a mi niñez”, dice la poeta Anne Carson en uno de sus ensayos. Y si bien la soledad es un estado que atraviesa todas nuestras décadas, cobra protagonismo durante la vejez.

Su abordaje, que cada vez presenta más peculiaridades, es un reto colectivo; una colectividad que pasa desde lo individual de cada casa al ámbito profesional y en el que el cuidado de los demás es fundamental. Son las enfermeras aquellas que desarrollan la llamada ciencia del cuidado y, por tanto, cumplen un papel fundamental en las nuevas necesidades que genera la soledad no deseada.

“La soledad es un reto conjunto de toda la sociedad que requiere que cambiemos el modelo social que tenemos para lograr una sociedad que cuida y que garantiza una vida digna para todas las personas”, puntualiza Noemí Muñoz, referente del proyecto de Atención a Personas con Funciones Cognitivas Deteriorada en Cruz Roja.

Varias soledades

Es importante entender que la soledad no es una cosa única, sino un evento lleno de aristas. Así lo explica Javier Yanguas, director científico del programa de personas mayores de la Fundación “La Caixa”, que asegura que la soledad es “una evaluación” (“Me siento solo porque echo de menos cosas”) pero que, además de esa dimensión cognitiva, “hay otras dimensiones que se deben tener en cuenta”.

“Todas las personas pueden sufrir en algún momento de la vida situaciones que provoquen soledad no deseada, por eso hablamos cada vez más de que existen diferentes soledades y que estas deben ser abordadas teniendo en cuenta las circunstancias y las capacidades de cada personas”, añade Muñoz.

«Existen diferentes soledades y estas deben ser abordadas teniendo en cuenta las circunstancias de cada persona»

“El sufrimiento emocional, la tristeza, la vergüenza, la indefensión. Todos son sentimientos distintos que matizan la soledad, pues esta no es solo una cuestión social; a veces tiene un cariz existencial”, añade Yanguas y matiza: “Pensar en todas esas soledades diferentes como una sola soledad es un ejemplo claro de banalización”.

La enfermera es un agente de cambio en lo que se refiere a las ‘nuevas soledades’ pues es una figura cercana a la población, especialmente en la etapa de la vejez. “Las enfermeras, en este caso las especialistas en Geriatría, observamos un mayor interés en las personas mayores por un envejecimiento activo”, comenta Fernando Martínez, presidente de la Sociedad Española de Enfermería Geriátrica y Gerontológica.

Nueva concepción de la soledad

El enfermero comenta como la evolución de las sociedades va intrínsecamente unida a un cambio de sus demandas, entre las que se engloba la concepción de la soledad. “El aumento de la esperanza de vida, las familias más nucleares y móviles, el aislamiento… todo esto ha propiciado que las necesidades de las personas mayores frente a la soledad hayan evolucionado significativamente”, indica Martínez. Asimismo, asegura que se empiezan a valorar otro tipo de actividades que relacionen aspectos como la autonomía, la conexión social o las nuevas tecnologías.

Sobre esto último habla Natalia Hidalgo, enfermera en el centro de día Gertrudis de la Fuente, en Madrid, y que pertenece al programa de soledad no deseada del Ayuntamiento de la capital. “Yo creo que uno de los grandes cambios va a ser el uso de la tecnología. La gente mayor empieza a buscar encuentros digitales, por ejemplo, videollamadas para estar en contacto con sus familiares que muchas veces viven lejos”, explica.

«Uno de los grandes cambios va a ser el uso de la tecnología en la etapa de la vejez»

De esta manera, apela a la necesidad de fomentar esos “encuentros digitales” que vayan más allá de las videollamadas. “Puedes hacer quedadas virtuales sobre muchos temas. Hacer una visita virtual a un museo, por ejemplo. Lo digital es una manera de sentirnos acompañados y viene para quedarse”, asegura. Noemí Muñoz explica que, como consecuencia de que vivimos en una sociedad “mucho más individualista que las anteriores, donde los lazos de solidaridad social no son tan evidentes en lo cotidiano”, el sentido de comunidad ha cambiado. Esto tiene diferentes efectos, como que muchas más personas se vean desconectadas de su entorno o con falta de red social. “Esto ocurre, además, en un mundo altamente digitalizado que, si bien constituye un punto de reconexión para muchas personas, para otras, sobre todo personas mayores, significa una barrera”, apunta la experta.

Detección de factores de riesgo

El papel de la enfermera, más allá de acompañar a las personas en su gestión de la soledad, tiene otro objetivo fundamental:
la detección de situaciones de riesgo. Son estas profesionales las que, dada su posición cercana a los pacientes, pueden encontrar signos que alerten de una situación de soledad no deseada. “Gracias a su cercanía con los pacientes y familias las enfermeras tienen la capacidad de establecer relaciones de confianza que les permiten detectar signos tempranos de soledad y ofrecer el apoyo oportuno”, explica Fernando Martínez.

Natalia Hidalgo pone de ejemplo la labor que realizan en su centro de día, donde su trabajo en lo relativo a la soledad se centra en gran parte en la detección de señales de alerta. “Cuando entra una persona nueva al centro lo primero que tenemos es una pequeña entrevista donde ya podemos ver indicadores de soledad no deseada, como puede ser vulnerabilidad en el domicilio, nutrición, problemas de salud… Y una vez ya están aquí, nos vemos todos los días. Podemos detectar si empieza a haber una depresión, ansiedad… y ya tenemos la posibilidad de abordar esto con todos los profesionales del centro”, detalla la enfermera.

La enfermera es un agente que puede detectar los primeros síntomas de soledad no deseada en mayores

Fernando Hidalgo hace hincapié en que la enfermera especialista en geriatría está capacitada para identificar factores de riesgo de aislamiento, “como pérdidas familiares, enfermedades crónicas o cambios funcionales”, y en consecuencia diseñar intervenciones personalizadas que se ajusten a las necesidades individuales de cada persona.

Asimismo, el enfermero indica que estos profesionales, “gracias a su cercanía con los pacientes y familias, tienen la capacidad de establecer relaciones de confianza que les permiten detectar signos tempranos de soledad y ofrecer el apoyo oportuno”.

Un estudio de la publicación científica PubMed Central y llevado a cabo por investigadores de la Universitas Airlangga (Indonesia) analizó el impacto del trato cercano con las enfermeras en la última etapa de la vida. El estudio concluía que hay una “fuerte” relación entre el comportamiento “desde el cariño y la ternura” de las enfermeras y el nivel de soledad de los ancianos. De esta manera, el estudio pone de manifiesto que cuanto mayor sea el comportamiento “solidario” de las enfermeras, menor será la soledad percibida por los ancianos.

Cercanía con los pacientes

Las que hemos denominado ‘nuevas soledades’ traen consigo diferentes consecuencias. Más allá del mencionado matiz existencial, esta tiene un impacto directo en la salud de las personas. Una relación intrínseca en la que entra en juego el papel enfermero, especialmente si hablamos de la etapa de la vejez. Las enfermeras están inevitablemente cerca de las personas durante esta etapa, y por tanto son ellas las que tienen capacidades y herramientas para abordar las consecuencias más ‘físicas’ de la soledad. Por ejemplo, un estudio publicado por la revista científica The Lancet en julio de 2024 relaciona la soledad “crónica” con el aumento del riesgo de sufrir un ictus.

La enfermera Natalia Hidalgo comenta que muchos de los factores de riesgo de soledad no deseada que detectan las enfermeras en las personas mayores tienen un carácter físico. “Hay problemas que se pueden desencadenar desde la soledad no deseada, a nivel cardiovascular, nutricional, de obesidad, y también en la esfera más cognitiva, como puede ser un aumento de la ansiedad, depresión o incluso alzhéimer”, indica. “En este caso es la enfermera la que ve estos síntomas y, ya sea a nivel de salud física o de salud mental, puede derivar a los pacientes a otros profesionales como psicólogos, terapeutas ocupacionales o médicos”, asegura la enfermera.

La soledad no deseada puede tener consecuencias físicas a nivel cardiovascular, de nutrición o cognitivos

Fernando Martínez pone en valor la necesidad de fortalecer la colaboración interdisciplinar estrecha de las enfermeras con psicólogos, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales y voluntarios para crear programas efectivos que potencien las relaciones sociales, así como coordinar iniciativas que conecten a los mayores con generaciones más jóvenes. “Esto será una prioridad para crear vínculos significativos y combatir el aislamiento social”, resalta.

Enfoque multidisciplinar

¿Y cómo encaja la enfermera en ese complejo engranaje multidisciplinar para combatir la soledad no deseada? En el caso del centro de día en el que trabaja Hidalgo, su labor se basa en la educación en salud tanto mano a mano con el paciente como a través de talleres colectivos. “Dirijo talleres relacionados con el autocuidado, nutrición, o de cómo detectar los problemas de salud. También puedo dar formación sobre cómo realizar una RPC básica, por ejemplo, para las personas que conviven con familiares mayores”, desarrolla la enfermera.

De esta manera, encontramos un escenario en el que la enfermera funciona como eje en la detección de ‘síntomas’ de soledad no deseada y el abordaje de estas situaciones. Noemí Núñez recuerda que las enfermeras “funcionan como un radar” y además pueden ser las que lleven a los pacientes a otros espacios sociales para poder mejorar su situación de soledad”. “La enfermera es la figura ideal para abordar la soledad en las personas mayores debido a su enfoque integral de la persona”, concluye Fernando Martínez.